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miércoles, 28 de julio de 2010

El S. de Asperger | El Sí­ndrome



El Sí­ndrome

a) Definición

El síndrome de Asperger (AS) es un trastorno severo del desarrollo, considerado como un trastorno neuro-biológico en el cual existen desviaciones o anormalidades en los siguientes aspectos del desarrollo:

* Conexiones y habilidades sociales
* Uso del lenguaje con fines comunicativos
* Características de comportamiento relacionados con rasgos repetitivos o perseverantes
* Una limitada gama de intereses
* En la mayoría de los casos torpeza motora

Los niños con este diagnóstico tienen severas y crónicas incapacidades en lo social, conductual y comunicacional. Cada niño no es igual, pero algunas de las características pueden ser:

-Socialmente torpe y difícil de manejar en su relación con otros niños y/o adultos Ingenuo y crédulo
-A menudo sin conciencia de los sentimientos e intenciones de otros
-Con grandes dificultades para llevar y mantener el ritmo normal de una conversación Se altera fácilmente por cambios en rutinas y transiciones
-Literal en lenguaje y comprensión
-Muy sensible a sonidos fuertes, colores, luces, olores o sabores
-Fijación en un tema u objeto del que pueden llegar a ser auténticos expertos
-Físicamente torpe en deportes
-Incapacidad para hacer o mantener amigos de su misma edad

Estos niños pueden tener:
-Memoria inusual para detalles
-Problemas de sueño o de alimentación
-Problemas para comprender cosas que han oído o leído
-Patrones de lenguaje poco usuales (observaciones objetivas y/o relevantes)
-Hablar en forma extraña o pomposa Voz muy alta, o monótona
-Tendencia a balancearse, inquietarse o caminar mientras se concentran


El síndrome de Asperger es un trastorno muy frecuente (de 3 a 7 por cada 1000 nacidos vivos) que tiene mayor incidencia en niños que niñas.
Ha sido recientemente reconocido por la comunidad científica (Manual Estadístico de Diagnóstico de Trastornos Mentales en su cuarta edición en 1994 de la Asociación Psiquiátrica Americana [DSM-4: Diagnostic and Statistical Manual]), siendo, pues aún poco conocido entre la población general e incluso por muchos profesionales.

La persona que lo presenta tiene un aspecto e inteligencia normal, frecuentemente, habilidades especiales en áreas restringidas, pero tiene problemas para relacionarse con los demás y presentan comportamientos inadecuados.
La persona Asperger presenta un estilo cognitivo distinto. Su pensamiento es lógico, concreto e hiperrealista. Su discapacidad no es evidente, sólo se manifiesta al nivel de comportamientos sociales inadecuados proporcionándoles a ellos y sus familiares problemas en todos los ámbitos.


b) Definición sintética del síndrome de Asperger según Angel Rivière.

Trastorno cualitativo de la relación:
Incapacidad de relacionarse con iguales. Falta de sensibilidad a las señales sociales. Alteraciones de las pautas de relación expresiva no verbal. Falta de reciprocidad emocional. Limitación importante en la capacidad de adaptar las conductas sociales a los contextos de relación. Dificultades para comprender intenciones ajenas y especialmente “dobles intenciones”.

Inflexibilidad mental y comportamental:
Interés absorbente y excesivo por ciertos contenidos. Rituales. Actitudes perfeccionistas extremas que dan lugar a gran lentitud en la ejecución de tareas. Preocupación por “partes” de objetos, acciones, situaciones o tareas, con dificultad para detectar las totalidades coherentes.

Problemas de habla y lenguaje:
Retraso en la adquisición del lenguaje, con anomalías en la forma de adquirirlo. Empleo de lenguaje pedante, formalmente excesivo, inexpresivo, con alteraciones prosódicas y características extrañas del tono, ritmo, modulación, etc. Dificultades para interpretar enunciados literales o con doble sentido. Problemas para saber “de qué conversar” con otras personas. Dificultades para producir emisiones relevantes a las situaciones y los estados mentales de los interlocutores.

Alteraciones de la expresión emocional y motora:
Limitaciones y anomalías en el uso de gestos. Falta de correspondencia entre gestos expresivos y sus referentes. Expresión corporal desmañada. Torpeza motora en exámenes neuropsicológicos.

Capacidad normal de “inteligencia impersonal”:
Frecuentemente, habilidades especiales en áreas restringidas.


c) Rasgos clínicos de la “psicopatía autística" según Hans Asperger

El trastorno comienza a manifestarse alrededor del tercer año de vida del niño o, en ocasiones, a una edad más avanzada.
El desarrollo lingüístico del niño (gramática y sintaxis) es adecuado y con frecuencia avanzado.
Existen deficiencias graves con respecto a la comunicación pragmática o uso social del lenguaje .
A menudo se observa un retraso en el desarrollo motor y una torpeza en la coordinación motriz.
Trastorno de la interacción social: incapacidad para la reciprocidad social y emocional.
Trastorno de la comunicación no verbal.
Desarrollo de comportamientos repetitivos e intereses obsesivos de naturaleza idiosincrásica.
Desarrollo de estrategias cognitivas sofisticadas y pensamientos originales.
Pronóstico positivo con posibilidades altas de integración en la sociedad.


d) Características del síndrome de Asperger, según Lorna Wing

Algunas de las anomalías comienzan a manifestarse en el primer año de la vida del niño.

El desarrollo del lenguaje es adecuado, aunque en algunos individuos puede existir un retraso inicial moderado.
El estilo de comunicación del niño tiende a ser pedante, literal y estereotipado.
El niño presenta un trastorno de la comunicación no verbal.
El niño presenta un trastorno grave de la interacción social recíproca con una capacidad disminuida para la expresión de empatía.
Los patrones de comportamiento son repetitivos y existe una resistencia al cambio.
El juego del niño puede alcanzar el estadio simbólico, pero es repetitivo y poco social.
Se observa un desarrollo intenso de intereses restringidos.
El desarrollo motor grueso y fino puede manifestarse retrasado y existen dificultades en el área de la coordinación motora.
El diagnóstico de autismo no excluye el diagnóstico de síndrome de Asperger.


e) Un Relato Significativo...

Como cada mañana, Javier desayunaba un tazón de leche con sus cereales favoritos, mostrándose ajeno a los horarios que rigen la dinámica familia. A pesar de tener siete años, su madre tenía que ayudarle a vestirse y como en tantas otras ocasiones, ese día tampoco pudo ponerle la ropa nueva que le habían regalado sus abuelos.

Su madre tenía que lavar toda la ropa nueva con un determinado suavizante para que Javier aceptase estrenar algo.

Cada día Javier se levantaba angustiado preguntando por el día concreto de la semana, el mes y el número. Todas las mañanas preguntaba lo mismo y a continuación necesitaba saber si ese día tenía que ir o no al colegio.

A pesar de que Javier comenzó a hablar algo más tarde que otros niños, ahora no paraba de hablar. Su lenguaje era muy correcto aunque siempre solía hablar de su tema preferido, los dinosaurios, y era muy difícil cambiar el tema de conversación. Resultaba complicado que Javier utilizase su excelente lenguaje para compartir con su familia las cosas que le ocurrían en el colegio o las cosas que le preocupaban. Parecía no sentir la necesidad de compartir experiencias o sentimientos con la gente que le rodeaba.

Era un niño muy inteligente, aprendió a leer solo y le encantaba leer libros de dinosaurios. No le interesaban los juegos típicos de los niños de su edad y pasaba la mayor parte de su tiempo desmontando juguetes electrónicos y volviéndolos a montar. No parecía estar interesado por jugar con aquellas máquinas sino que le fascinaba conocer cómo estaban hechas y cuál era el mecanismo que las hacía funcionar. Cuando lo averiguaba, colocaba el juguete en su estantería y no volvía a tocarlo. Tampoco dejaba que su hermano pequeño tocase ninguno de sus juguetes. Tenía un mundo muy personal y resultaba difícil que lo compartiera con otros niños.

En el colegio su profesora ya había mostrado preocupación por Javier. A pesar de su inteligencia, no tenía ningún interés por las tareas escolares y su rendimiento académico no era el esperado. En el patio siempre estaba solo y cuando ocasionalmente intentaba incorporarse al juego de sus compañeros, su manera de actuar era tan “torpe" e ingenua que provocaba risas y burlas por parte de los otros niños.

Aunque Javier no era un niño agresivo, en algunas situaciones mostraba fuertes rabietas y conductas inadecuadas como tirar objetos o gritar.

Especialmente difícil era la clase de Educación Física, en la que Javier mostraba altos niveles de ansiedad, dificultad para seguir las normas y escasa comprensión de las reglas básicas que rigen los juegos y deportes de equipo. Si se le forzaba a participar en estas actividades, sistemáticamente aparecían fuertes enfados y marcado oposicionismo.

Aunque los padres de Javier ya le describían como un niño peculiar antes de cumplir los 4 años, no empezaron a alarmarse hasta el momento en que el niño se incorporó al colegio. Las grandes dificultades para relacionarse con los compañeros, los problemas atencionales dentro del aula y el bajo rendimiento escolar fueron, entre otros, los motivos que impulsaron a los padres a buscar ayuda.

Después de varias consultas a distintos profesionales del ámbito de la educación, la medicina y la psicología, y tras recibir diagnósticos tan dispares como déficit de atención e hiperactividad, o trastorno emocional y de conducta, finalmente informaron a la familia de que Javier presentaba Síndrome de Asperger.
Sin embargo no hay pensar que todos los niños con síndrome de Asperger son iguales o que todos se parecen mucho entre sí:

S. acaba de cumplir siete años, es extrovertido, hablador, autoritario y muy impulsivo; le gusta ir al parque, donde juega en solitario con sus soldados.

C. tiene 10 años, es introvertido, cauteloso, meticuloso y excesivamente ordenado. No le gusta jugar con otros niños o entretenerse con juguetes y dedica todo su tiempo a la lectura de libros científicos y a ver documentales.

E. tiene 12 años, es tímida, fantasiosa, olvidadiza y definitivamente muy desorganizada. No le gusta ir al colegio, por lo que se queja constantemente de dolores de cabeza. Colecciona minerales que ordena en la estantería de su habitación de forma sistemática, no soporta el bullicio, no come ni se pone nada de color rojo, no tiene amigas en su clase y ninguna de sus compañeras la invita a sus fiestas de cumpleaños.

Aunque cada uno muestra su propia personalidad bien definida y distinta, es posible encontrar en todos ellos características comunes del síndrome que evocan aquellas que Hans Asperger destacó en su observación de un grupo de niños. El artículo de Asperger sobre la “psicopatía autística", escrito en alemán, pasó desapercibido hasta que Lorna Wing, una psiquiatra británica, recuperó en 1981 el trabajo de Asperger e hizo una revisión del mismo aportando datos propios de su investigación.

¿Seguro que no conoces a ningún joven o adulto como los que te hemos contado?

martes, 20 de julio de 2010

La mente de los bebés cuenta con un sistema generalizado de magnitudes


Un estudio demuestra que niños de tan sólo nueve meses organizan información sobre números, espacio y tiempo


Incluso antes de aprender a hablar, los bebés organizan la información que reciben acerca de números, espacio y tiempo, de una manera más compleja de lo que hasta ahora se creía. Esto es lo que han demostrado investigadores de la Universidad de Emory, en Estados Unidos, en un estudio realizado con bebés de nueve meses a los que se les presentaron imágenes de objetos sometidas a diversos patrones. El tiempo que los bebés observaban dichas imágenes – atendían más a las que les producían “sorpresa” por no seguir los patrones iniciales- permitió determinar que los niños organizaban rápidamente magnitudes, espacios y números. Estos resultados se suman a otras evidencias recientes de que el cerebro humano no es una tabula rasa al nacer. Por Yaiza Martínez.



Fuente: Universidad de Emory. Incluso antes de aprender a hablar, los bebés organizan la información que reciben acerca de números, espacio y tiempo, de una manera más compleja de lo que hasta ahora se creía.

Esto es lo que ha descubierto la psicóloga Stella Lourenco, de la Universidad de Emory, en Estados Unidos, en un estudio cuyos resultados han aparecido publicados en la revista Psychological Science.

Sensibles a conceptos cuantitativos

En un comunicado emitido por dicha Universidad, Lourenco explica que con el presente estudio se ha conseguido demostrar que los bebés de tan sólo nueve meses de edad son sensibles a conceptos como “más que” o “menos que”, en referencia a números, tamaño y duración de la presentación de objetos.

En su trabajo, Stella Lourenco colaboró con el neurocientífico Matthew Longo, del University College London (UCL), del Reino Unido.

Los resultados obtenidos por ambos investigadores contradicen la máxima que, en 1890, estableciera el psicólogo William James, al describir las impresiones que los bebés reciben del mundo como “una confusión de zumbidos” en su obra “The Principles of Psychology”.

Según Lourenco, “nuestros descubrimientos indican que los humanos usan la información sobre cantidad para organizar sus experiencias del mundo desde los primeros meses de vida. La cantidad parece ser una potente herramienta para hacer predicciones sobre cómo los objetos podrían comportarse”.

Sistema mental de magnitudes

Los investigadores enfocaron su estudio, concretamente, en el desarrollo de la percepción espacial y cómo ésta interactúa con otras dimensiones cognitivas, como el procesamiento numérico y la percepción del tiempo.

Una investigación previa había sugerido que estos dominios cognitivos diversos están profundamente conectados a nivel neuronal.

Diferentes pruebas, por ejemplo, ya habían demostrado que los adultos asocian pequeños números con el lado izquierdo del espacio, y números más extensos con el lado espacial derecho. Sobre este fenómeno, Lourenco señala: “es como si tuviéramos una regla en nuestra cabeza”.

Otros tests habían demostrado, asimismo, que cuando se les pide a los adultos que seleccionen rápidamente entre dos números aquél que es más alto, la tarea se les vuelve mucho más difícil si el número más alto está representado como físicamente más pequeño que el número más bajo.

Lourenco pretendió explorar si el cerebro humano sólo alberga regularidades estadísticas gracias a la experiencia y las asociaciones lingüísticas o si, por el contrario, existe un sistema generalizado de magnitudes en la mente humana, desde la más tierna infancia.


Para hacerlo, los investigadores diseñaron un estudio que consistió en mostrar grupos de objetos a través de una pantalla de ordenador, a bebés de tan sólo nueve meses de edad.

Según Lourenco, lo que se midió con esta prueba fue la cantidad de tiempo que los niños miraban dichos objetos, con el fin de comprender cómo sus pequeños cerebros estaban procesando la información presentada.

La prueba permitió comprobar que, cuando a los niños se les mostraban imágenes de objetos grandes, de color negro con rayas, y objetos más pequeños, blancos y con puntos, los bebés esperaban después un patrón y colores en la presentación de las imágenes de objetos, similar al patrón y colores de las presentaciones iniciales.

Los científicos supieron que los bebés anticipaban todo esto midiendo el tiempo que los pequeños miraban a la pantalla. Según Lourenco, cuando los bebés miran a la pantalla durante un periodo de tiempo mayor es porque se sienten “sorprendidos” por la ausencia de la congruencia que ellos esperan encontrar en las imágenes.

Estos hallazgos sugieren que los humanos nacemos con un sistema generalizado de magnitudes. Y, si no nacemos con él, parece que se desarrolla muy rápidamente, afirma Lourenco.

Análisis de la discalculia

En una próxima investigación, la psicólogo planea estudiar cómo se desarrolla este sistema de procesamiento de la información cuantitativa, tanto en situaciones corrientes como atípicas, es decir, cuando se padecen ciertos trastornos del aprendizaje como la discalculia o acalculia, nombre que recibe la dificultad de comprender y realizar cálculos matemáticos.

Según Lourenco, la dislexia ha sido muy estudiada en las últimas décadas, pero también la discalculia debería ser analizada. La investigadora pretende explorar las causas subyacentes de este trastorno y, con suerte, comprender mejor cómo intervenir con niños que presentan dificultades para el razonamiento cuantitativo.

Nacen sabiendo

El estudio de Lourenco y Longo no es el primero que contradice la máxima de William James. En los últimos tiempos, diversas investigaciones han permitido constatar el sorprendente grado de conciencia de los bebés, demostrando, por ejemplo, que éstos, con tan sólo cinco meses, son ya capaces de diferenciar entre sólidos y líquidos o que, con sólo dos o tres días de edad, ya pueden detectar el ritmo de la música.

Por otro lado, otro estudio realizado este mismo año por científicos de la Universidad de York, en Canadá, demostró que bebés de seis meses de edad son capaces de identificar las intenciones de los adultos.

Por último, una investigación de la Universidad de Florida reveló recientemente que los recién nacidos dormidos presentan una forma básica de aprendizaje. Este hallazgo pudo hacerse gracias a un test que consistió en repetir tonos y acompañar cada uno de éstos con un leve soplido de aire en los párpados de los niños. Después de 20 minutos de repeticiones tonales, 24 de los 26 pequeños contrajeron sus párpados después de los tonos, esperando la llegada del soplo.

Los especialistas señalan que las precoces habilidades demostradas por los bebés se deben a que el ser humano nace con conocimientos innatos, y a que es un experimentador muy precoz. En otras palabras, el cerebro de los individuos de nuestra especie no es un tabula rasa cuando nacemos.

Los bebés aprenden más con las manos que con la observación


Los bebés aprenden más con las manos que con la observación
A través de la experiencia comprenden mejor las intenciones de los adultos


Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Washington ha demostrado que la experiencia activa, manual, permite a los bebés aprender mucho más de una acción concreta que el observar a los adultos realizar esa misma acción. Cincuenta y un bebés fueron divididos en varios grupos. Uno de ellos aprendió a alcanzar un juguete con un bastón, mientras que el resto sólo miraron cómo se hacía. Una filmación posterior de la atención de los bebés hacia los adultos que imitaron el procedimiento reveló que aquellos niños que habían tomado por sí mismos el juguete con el bastón prestaron más atención a los adultos que repitieron esta acción. Según los científicos, esta atención apunta a que estos niños comprendían mejor las intenciones de los mayores, gracias a su propia experiencia. Por Yaiza Martínez.

El estudio ha sido dirigido por la psicóloga de dicha universidad, Jessica Somerville, y aparece explicado con detalle en la revista especializada Developmental Psychology.

En concreto, los investigadores descubrieron que de un grupo de niños, aquéllos que tuvieron la oportunidad de utilizar un bastón de plástico para llegar hasta un juguete que estaba fuera de su alcance, posteriormente fueron más capaces que otros niños de comprender las intenciones de un adulto al usar una herramienta similar.

Importancia de la experiencia en el desarrollo

Según explicó Sommerville en un comunicado emitido por la Universidad de Washington, “interactuar con el mundo es una de las maneras que los niños tienen de aprender cosas de él, y sólo recientemente se han realizado estudios que demuestran que la experiencia activa, manual, es más efectiva como aprendizaje que el mero hecho de mirar”.

La presente investigación, señaló además la científico, indica que el conocimiento humano se beneficia de la experiencia manual incluso en los estadios más tempranos de nuestro desarrollo. En un estudio anterior, Sommerville había demostrado que los niños de 10 meses de edad raramente usan herramientas, como un bastón, de manera espontánea.

En este nuevo estudio, para comprobar si el entrenamiento activo, manual, proporcionaba una mayor comprensión a los niños de las intenciones de los adultos al usar una herramienta concreta, los investigadores dividieron a 51 bebés -26 varones y 25 niñas- en tres grupos distintos.

Los niños de uno de estos grupos fueron entrenados en el uso de un bastón de rayas rojas y un bastón de rayas verdes para mover un juguete de goma (un pato amarillo o un hipopótamo de color púrpura) hacia ellos, sobre una mesa. A estos niños se les mostró como usar la curva del bastón para asir el juguete. Finalmente, se les permitió probar dos veces para ver si podían acercar el juguete hacia ellos sin ayuda.

Filmación de la atención

Los niños del segundo grupo, el grupo de observación, siguieron el mismo procedimiento con una diferencia: no llegaron a usar los bastones sino que, simplemente, miraron cómo un adulto imitaba a los bebés del primer grupo, mientras éstos aprendían a usar el bastón para coger el juguete.

Los niños de estos dos grupos y los del tercer grupo, que se tomó como referencia, observaron individualmente pruebas de entrenamiento en las que un investigador, sentado frente a una mesa, usó un bastón para alcanzar un juguete y recogerlo con él. Fuera de la vista de los bebés, la localización del juguete fue cambiada en cuatro pruebas.

En dos de ellas, la curva del mismo bastón usado previamente por el adulto fue colocada alrededor de un nuevo juguete. En las otras dos pruebas, la curva de un nuevo bastón fue colocada alrededor del mismo juguete. Todos los bebés fueron filmados durante dichas pruebas para comprobar cuánto tiempo permanecían atentos a cada una de ellas.

Sommerville explicó que el experimento fue diseñado para ver si los niños prestaban atención a cualquier cambio en el juguete objetivo del adulto, o si se fijaban más en el cambio en la herramienta utilizada.

Más tiempo mirando intentos

Los niños de los grupos de observación y de referencia, dedicaron la misma cantidad de tiempo a observar el nuevo bastón y los intentos de acercar los juguetes. Pero el grupo de entrenamiento dedicó más tiempo a observar los nuevos tanteos, lo que sugiere que entendían que el adulto estaba usando el bastón como herramienta.

Pero incluso más llamativo fue el hecho de que, dentro del grupo de entrenamiento, aquellos niños que fueron los más competentes al recoger un juguete –mirándolo, utilizando con decisión el bastón para atraerlo hacia ellos, y asiendo rápidamente dicho juguete- tendieron más a mirar esos mismos tanteos durante más tiempo que el resto de los niños de su mismo grupo.

Sommerville señala que, para que los niños comprendiesen realmente el uso del bastón y, en particular, para que pudieran anticipar acciones próximas y el resultado de éstas mientras observaban el proceso, era necesario haber ejecutado antes la secuencia del uso de la herramienta por sí mismos. Simplemente, mirar cómo lo hacía un adulto no parecía ser suficiente como para comprender todo el proceso.

Según la psicóloga, este experimento demuestra que la experiencia en primera persona resulta de gran importancia para la comprensión de las acciones por parte de los niños desde edades muy tempranas.

Los bebés reconocen las intenciones de los adultos


Fuente: Everystockphoto. Un estudio reciente realizado por científicos de la Universidad de York, en Canadá, ha revelado que bebés muy pequeños –de sólo seis meses de edad-, saben cuándo se les está “tomando el pelo”, que esta actitud no les gusta, y que expresan su disconformidad o reaccionan en consecuencia.

Según publica dicha universidad en un comunicado, en la investigación fueron analizadas las reacciones de bebés de seis y nueve meses ante un juego que consistía en que un adulto se mostraba bien incapaz bien reticente a compartir un juguete con los pequeños.

Los bebés detectaron y aceptaron con calma el hecho de que el adulto no fuera capaz de compartir con ellos el juguete por razones que escapaban a su control pero, por el contrario, se mostraron agitados cuando resultó evidente que el adulto, simplemente, no tenía intención de compartir.

Comprender intenciones

Según la directora del estudio, una estudiante de doctorado llamada Heidi Marsh que trabajó bajo la dirección de Maria Legerstee, directora del Centro de Estudios de la Infancia de la Universidad de York, los bebés son capaces de diferenciar si se les está gastando una broma o si se está siendo manipulador con ellos, y además saben cómo transmitir su opinión al respecto.

Marsh afirma, asimismo, que los resultados obtenidos constituyen la primera demostración empírica de que niños de hasta seis meses de edad son capaces de comprender las intenciones de los actos de los adultos.

Hasta el momento, se habían obtenido evidencias basadas únicamente en la habituación visual de los niños ante determinados estímulos (la habituación en psicología es el proceso de acostumbramiento o aprendizaje no asociativo a los estímulos del medio interno o externo, y está considerada una forma alternativa de integración).

Es decir, que estudios previos habían observado los patrones de las miradas de los pequeños cuando a éstos les eran presentados estímulos diversos pero, según la investigadora, esta fórmula de estudio resulta demasiado abierta a interpretaciones y, en consecuencia, a conclusiones confusas.

Respuestas sociales

Por otro lado, en investigaciones anteriores se concluyó que la capacidad de diferenciar las intenciones de los adultos no se desarrollan hasta los nueve meses de edad, algo que el estudio de Marsh desmiente.

La investigadora señala que un niño de seis meses de edad, comparado con uno de nueve meses, expresa de manera distinta lo que sabe.

El aspecto innovador de estudio radica en que se han usado medidas acordes con el comportamiento cotidiano de los bebés de seis meses con el fin de comprender lo que éstos son capaces de entender.

Los científicos registraron las respuestas sociales de los pequeños, como la tristeza, las miradas de rechazo, las sonrisas o sus vocalizaciones, además de atender a otras respuestas más físicas, como el hecho de dar golpes.

Incapacidad, resistencia

Al estudio fueron sometidos 40 niños, de ambos sexos. Los bebés fueron sentados sobre el regazo de sus madres junto a una mesa, y situados enfrente de otro adulto.

En la mitad de las pruebas realizadas, el juguete no les fue entregado a los niños porque dicho adulto no “quería” compartirlo y, en otras pruebas, no les fue entregado porque el adulto, aunque intentaba dárselo, no era capaz de hacerlo.

A los niños se les sometió a tres situaciones: de bloqueo, de burla y de juego. En cada una de estas situaciones hubo una condición de incapacidad de compartir el juguete y otra de resistencia a compartirlo por parte del adulto.

Así, por ejemplo, en la situación de burla, el adulto extraño sostuvo un sonajero cerca de los niños y, después, lo ocultó detrás de él (condición de resistencia a compartir). Asimismo, una atractiva pelota cayó “accidentalmente”, de manera que quedó fuera del alcance del adulto (condición de incapacidad de compartir).

Independencia y reacciones

Los movimientos visibles tanto del adulto como del juguete fueron reflejo de las condiciones de cada prueba, esto es, fueron diseñados para que los niños pudieran comprender las intenciones o la situación del adulto.

Incluso las expresiones faciales de éste se utilizaron para expresar resistencia a compartir o incapacidad para hacerlo.

Los resultados fueron los siguientes: los niños de ambas edades (seis y nueve meses) desviaron sus miradas durante las pruebas en que el adulto se mostró renuente a compartir.

En estas pruebas, además, los niños de nueve meses dieron golpes con sus brazos, mientras que los bebés de seis meses mostraron otro tipo de reacciones correspondientes a afectos negativos, como fruncimiento del ceño. Estas reacciones no se dieron en ningún bebé en las condiciones de incapacidad para compartir el juguete.

Otro dato revelado por la investigación fue, según Marsh, que aquellos niños más independientes resultaron ser menos expresivos ante las situaciones de renuencia a compartir (por ejemplo, lloraban menos que otros), pero físicamente más proclives a demostrar una resistencia activa a la situación.

Esta diferencia sugiere que es importante analizar las habilidades sociales y cognitivas de los niños para comprender el espectro de comportamientos sociales que puede darse a estas edades. La revista Infancy ha publicado un artículo detallado sobre esta investigación.

El cerebro nace preparado

La inteligencia y las capacidades de los más pequeños han sido objeto de diversos estudios en los últimos años.

Sus resultados han permitido constatar el sorprendente grado de conciencia de los bebés, demostrando, por ejemplo, que éstos, con tan sólo cinco meses, son ya capaces de diferenciar entre sólidos y líquidos o que, con sólo dos o tres días de edad, ya pueden detectar el ritmo de la música.

Los especialistas señalan que estas habilidades tan precoces se deben a que el ser humano nace con conocimientos innatos y que es un experimentador muy precoz. Es decir, que el cerebro de los individuos de nuestra especie no es un papel en blanco al nacer.